lunes, 4 de enero de 2016

Detrás del pasado del Sanborns de los Azulejos. Capítulo V.












En el capítulo anterior, estudiamos sobre el porqué de la aplicación del título de “Emperador Taikosama” para el “Shogun Ieyasu” en las cartas del conde Vivero. Eso no es el último punto “extraño” que se encuentra en dicho documento, puesto que éste no estaba dirigido a Felipe III (1598 – 1621), rey de España de ese entonces, sino a su padre Felipe II, quien ya había fallecido más de diez años atrás. Si no fue un error de imprenta al escribir II y III, se trataría de unas cartas destinadas a un “muerto”. 


¿Por qué habría sucedido eso? No se podría creer que el conde no se hubiera enterado de la sucesión del poder en su país, de Felipe II a su hijo Felipe III. Entonces, es evidente que el conde pretendió ignorar al entonces rey Felipe III. ¿Sería posible eso? Ha de haber existido una razón significativa para tal hecho. 

En primer lugar, observemos el perfil de Felipe III, al que rechazó el conde Vivero. Era nieto del emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano, quien a la vez era el rey de España. Este imperio gobernado por Carlos V era tan extenso que se declaraba jactanciosamente que en el Imperio Romano “nunca habría el ocaso del sol”. Abarcaba casi toda Europa, desde Holanda por el norte hasta España e Italia por el sur, incluyendo, además, los territorios colonizados en América Latina y las Filipinas. A propósito, en México hay un chocolate llamado “Carlos V” en el que se ve impresa la figura del emperador. Él cedió el imperio romano a su hermano menor; España, Italia, Holanda y las colonias latinoamericanas y filipinas a su hijo Felipe II. Parece que Felipe II era bastante valiente, también, pero su hijo Felipe III no pudo mantener el enorme territorio que se volvió protestante, y perdió Holanda. 

En “Historia de España”, un libro publicado en Madrid, se califica a él como un rey débil cuya presencia casi no se sentía. Se dice que recibió perfectamente la educación para ser rey, pero por ser enfermizo, melancólico y devoto, se encerraba en la capilla para dedicarse a rezar. Su padre Felipe II, tan preocupado por el futuro de su hijo, a la hora de su muerte pidió a uno de sus 8 subordinados de confianza que asistiera a su hijo. No obstante ello, Felipe III rechazó a ese asistente y escogió al duque Lerma, su predilecto, como el allegado de mayor confianza, confiriéndole todos los poderes. 

Según el libro antes mencionado, “Historia de España”, el duque Lerma, hombre sediento de dinero y gloria, era más que hábil para conducir el país por el camino de corrupción, pero se mostraba incompetente para ocuparse realmente en la política. Por su culpa, la economía del país comenzó a decaer, al grado que apenas se podía administrar los asuntos del Estado con los ingresos provenientes de las colonias latinoamericanas. Casi la mita de esos ingresos eran de origen mexicano. El mal gobierno del duque Lerma provocó la reacción en toda España y el duque quedó destituido. Felipe III murió a causa de la gran decepción. Aunque era rey, le tocó vivir grandes penas por ser la tercera generación. 

En cambio, su padre Felipe II era un rey popular, entusiasmado por la misión de defender el catolicismo, venció las tropas islámicas de Turquía en la Batalla de Lepanto y se enfrentó valientemente a los ataques emprendidos por los protestantes. Fue el rey que tuvo encuentro con la delegación de niños de Japón, enviada a Europa dos veces en la era de Tensho, en 1584 y 1585. 

La vida y el éxito del conde Vivero estaban al lado del Felipe II. El hecho de dirigir sus cartas a propósito al difunto rey Felipe II, se debería a su protesta de no reconocer como su amo al rey Felipe III, manipulado por el duque Lerma. 

Se puede comprender la existencia inmaterial del rey Felipe III a través del permiso de navegación expedido por el segundo Shogun Hidetada, destinado al duque Lerma, no al rey Felipe III de España. El conde Vivero ha de haber aconsejado al Shogun Hidetada que enviara el oficio al duque, en lugar del rey. Es indudable que el conde Vivero haya pasado una estado de ánimo muy penoso para hacerlo, pero ¿qué impresión tendría Hidetada de España al aceptar su consejo?


Att. Miss M. 

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